La mentira y sus por qué. ¡Vamos a contar mentiras!

A veces durante una conversación notamos como nuestro interlocutor nos miente de forma descarada, eso sí… sin mover un solo músculo. No importa el tema, hasta con los más intrascendentes ocurre. Más tarde, al reflexionar sobre ello, nos preguntamos: ¿por qué lo hace?, ¿no se dará cuenta que somos conocedores del asunto?, ¿cómo es posible? Un hecho que además de molestarnos, y más si trata de un amigo, provoca nuestra reacción adversa.

Pero… ¿por qué mentimos? Existen posibles explicaciones válidas en mayor o menor grado. La realidad es que todos mentimos, aunque… unos más que otros. Como forma de manipulación, para herir a las personas, por presumir de lo que no se tiene, para aprovecharse o abusar de los demás, para sentirse mejor, como halago e influencia, a veces sin ton ni son, solo por llevar la contraria en un tema que se desconoce, por sacar a relucir el ego,… Todas estas causas y muchas más forman parte del por qué de las mentiras. En fin,… hasta hay quien piensa y lleva a la práctica que saber mentir es un arte.

Desde niños nos enseñan: «¡¡mentir no está bien!!». Sin embargo, muchas personas lo hacen: por rutina, a veces sin darse cuenta, como un acto reflejo, por instinto o por simple convención social. El ser humano es el único animal capaz de engañarse a sí mismo, pero ¿por qué? Dice Robert Feldman, famoso psicólogo de la Universidad de Massachussets, en su libro The liar in your life: The way to truthful relationships, que es «algo que va unido a la autoestima». «Descubrimos que en cuanto la gente siente que su autoestima está amenazada, comienzan a mentir a un nivel mayor». Los psicólogos llevan mucho tiempo instalados en el eterno dilema: ¿se trata de un comportamiento biológico o cultural?, o lo que es lo mismo: ¿estamos diseñados para mentir o aprendemos a hacerlo por «obligación» de supervivencia?

Todos hemos mentido alguna vez por acción o por omisión, que también es mentir, y a veces mucho más grave. Nos causa problemas decirlo y también reconocerlo. Hay personas que han llegado a tal punto que lo consideran «natural». Ni se enteran. Lo tienen tan arraigado que es como un apéndice más de su personalidad. Pero… ¿por qué mentimos? Es más, si tuviéramos que hablar de nosotros mismos, seguro que diríamos que somos personas «sinceras» y que cuando descubrimos a alguien que miente lo ponemos en «cuarentena». A nadie le gusta que le mientan, nos enfadamos y enseguida dejamos de confiar en la otra persona. Sin embargo, todos mentimos, y no sólo para evitar males mayores u otras causas que entendamos «justificables». No, no es por eso. Lo hacemos con o sin motivo, y lo que es peor incluso mentimos al propio yo. Hay personas tan «ocupadas» en que los demás perciban una imagen suya tan diferente que su dinámica les impide en muchos casos discernir la realidad de la ficción.

Robert Feldman realizó un experimento que resultó concluyente. Colocó a dos personas que no se conocían en una habitación y filmó su conversación sin que se dieran cuenta. Luego, mientras revisaban la cinta grabada, les pidió por separado que le dijeran en que habían dicho la verdad y en que no. Pues bien, en un principio todos manifestaron haber sido sinceros, pero a medida que iban analizando la conversación no solo se sorprendían sino que reconocían que en el mejor de los casos su realidad estaba algo «distorsionada». Encontró que el 60% de las personas habían mentido al menos una vez, al tiempo que llegó a otra interesante conclusión: «Más que intentar impresionar a otras personas lo que hacemos es querer mantener una visión de nosotros mismos de lo que nos gustaría ser». Según Feldman, otro aspecto interesante es que los hombres no mienten más que las mujeres; eso sí, sus motivos son distintos.  Ellos lo hacen para sentirse mejor consigo mismos, mientras que las mujeres lo suelen hacer para que otras personas se sientan mejor. Como se puede comprobar la diferencia es notable.

En general, cuando estamos en compañía lo que pretendemos es parecer mejores de lo que somos. Dicen los «expertos» que el inconsciente de quien tiene la costumbre de mentir es más fuerte que su propia voluntad. Si uno se fija bien se puede constatar en gestos o actitudes que lo delatan, aunque hay personas tan acostumbradas a hacerlo que son verdaderos maestros en el arte del engaño. Cuando mienten son capaces de no mover un solo músculo, incluso algunos, de tanto practicarlo, recuerdan todo lo dicho sin cometer ninguna equivocación.

No todas las mentiras son dañinas. Algunos piensan, y en este caso llevan parte de razón, que hay veces que mentir es la mejor estrategia para proteger nuestra intimidad de la maldad de los otros. Mentiras como la fanfarronería o las realizadas en nombre de la cortesía y la amabilidad pueden considerarse como menos serias. Pero las mentiras descaradas (tanto si implican no contar toda la verdad o añadir datos falsos) son peligrosas, dañan la confianza y la intimidad de los demás. La «mentira piadosa» (por ejemplo ante un problema médico) es una excepción, y más si la persona afectada no está en condiciones de recibir la verdad. Solo está justificada en determinadas situaciones y pensando que las consecuencias provocarían un mal mayor.

Hay solo una verdad pero muchas formas de mentir. Mentir está en contra de los cánones morales de muchas personas, incluso de los religiosos, pero desde un punto de vista ético y filosófico, aunque lo normal es posicionarse en contra, hay división de opiniones sobre cuando se puede permitir no contar toda la verdad. Platón decía que sí se podía mentir, mientras que Aristóteles, San Agustín y Kant afirmaban que nunca se debe consentir una mentira. La tolerancia de la personas con los mentirosos suele ser muy pequeña, y la pérdida de la confianza algo consustancial. San Agustín distinguía ocho tipos de mentiras: las mentiras en la enseñanza religiosa; las que hacen daño y no ayudan a nadie; las que hacen daño y sí ayudan; las que surgen por el mero placer de mentir; las dichas para complacer a los demás; las que no hacen daño y ayudan a alguien; las que no hacen daño y pueden salvar la vida, y las que no hacen daño y protegen la «pureza» de alguien. Se miente por tantos motivos que clasificarlas en buenas y malas tan solo es un error. Son muchos los que creen que toda mentira, sea por omisión o no, acaba siendo dañina tanto para el que la dice como para el que la recibe. Corroe la confianza entre las personas y por extensión debilita los cimientos de una relación. Pero… ¿hay realmente mentiras piadosas?

La única verdad es que la mentira es una falta de honestidad. La mentira es pensar una cosa y hacer otra muy distinta. Es engañar con una imagen de lo que no somos, es ocultación deliberada, es decir que se sabe cuando no es así. Si malo es mentir a los demás, peor es hacerlo con nosotros mismos. Pero la realidad es que hay personas a las que les agrada mentir, les hace vivir en un mundo que se inventan o tener cierto prestigio que no han ganado. Hay personas que llevadas  por su inseguridad y desconfianza en ser aceptados tal como son, caen en la tentación de mentir solo para dar una impresión favorable. Mentir es fácil aunque se corre el riesgo de ser descubiertos. «Se coge primero a un mentiroso que a un cojo», dice el refrán. Robert Trivers, biólogo y antropólogo, en sus investigaciones sobre la teoría evolutiva del sistema social habla del autoengaño y su relación con los genes y el comportamiento. Dice que cuanto mejor nos engañamos a nosotros mismos, más fácil es engañar a los otros.

Javier Sádaba, reconocido filósofo, sostiene que los políticos son «maestros en mentir» y cada vez lo hacen con más frecuencia, «sobre todo por cuestiones como el dinero o mantenerse en el poder». La política es uno de los lugares donde más arraigada se encuentra la mentira ¿Por qué nos mienten nuestros políticos? ¿Acaso nos toman por tontos? ¿No se dan cuenta de que en el mundo actual de la información la mentira ya no cuela como antes? Sádaba afirma que detrás de cada político hay pensadores o «maquiavelos» que sostienen una larga tradición de «justificación de la mentira». «Cuando un político se instala en el poder, lo que quiere es mantenerlo, considera que cualquier medio es bueno y recurre a la «falsa ética» de la responsabilidad para justificarlo».

En opinión de Sádaba, a los políticos, para poder ser considerados como «verdaderos representantes» de los ciudadanos, habría que exigirles que fueran «más transparentes». «Sin ir más lejos», destaca, «mienten en los programas electorales, que luego no cumplen». Algunos hasta alardean de ello. Basta recordar a Tierno Galván, conocido político que luego fue alcalde de Madrid, que «presumía» de manera cínica, y además lo tenía a gala, cuando decía que «las promesas electorales están para no cumplirlas». Para Sádaba, «los seres humanos tendemos a la mentira, somos vulnerables y frágiles, tenemos la necesidad de disimular e intentar parecer mejor de lo que somos». Para los políticos mentir ya no importa, como no importan muchas cosas que antes no se toleraban con tanta facilidad. Solo hay que ver el ejemplo que nos dan estos días donde no dudan en mentir para negar la realidad, para no verla. Ha habido un gran proceso de degradación no solo política sino también en el orden moral. Vivir sin mentiras debería ser lo normal y sano, pero nos han habituado a convivir con la mentira y la desconfianza que…

La mentira, tarde o temprano sale a la luz y aunque la verdad implique riesgos merece la pena correrlos pues con ella se alcanza la libertad. Callar cuando debemos hablar es una de las peores mentiras

Como dice la canción:

Por el mar corren la flores,
por el campo las sardinas,
tralará…
Vamos a contar mentiras,
tralará
.

La mentira tiene muchos por qué, pero también tiene… las patas muy cortas. Pero,… el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Deja un comentario