“La araña negra”. Vicente Blasco Ibáñez

La araña negra 02A Vicente Blasco Ibáñez se le puede considerar un escritor “clásico”. No en el sentido estricto del término, pero si en lo referente a su obra. Sus novelas (he leído bastantes) responden bien a esa definición. Basta recordar de su primera época «Cañas y barro», “La barraca” o “Arroz y tartana”, ambientadas en su tierra valenciana y con una cierta carga ideológica; “Sangre y Arena”, de su etapa americana, sobre el mundo de la tauromaquia; o “La Catedral”, de su segunda época, con una mayor implicación social. Son un buen ejemplo.

Con “La araña negra”, una de sus primeras novelas, he iniciado una nueva relectura de su obra. Su publicación en el año 1892 causó un gran alboroto. Escritor «maldito» para muchos, da muestras de su gran prosa con una historia muy bien construida alrededor de los jesuitas y su gran influencia en la España de Fernando VII. Sus largos tentáculos se extendían a todos los ámbitos de la sociedad; y su doble moral con tal de conseguir sus fines, muchas veces económicos, y sus ansias de poder eran parte de sus credenciales.

Sinopsis
Novela que narra la desgraciada vida de la familia Baselga, comienza por el Conde de Baselga en su juventud y acaba al final con su nieta. Ambientada en el Madrid de comienzos del XIX, la historia transcurre en un ir y venir de sucesos más o menos provocados por la mano de los jesuitas, seres perversos y ambiciosos que no dudan en recurrir a las tretas más infames para conseguir sus propósitos. Pasan ante nuestros ojos las vidas de varios personajes entre grandes amores y no menos pequeños odios, conspiraciones, revoluciones políticas, barricadas y exilios forzados. Todo ello con el trasfondo del poder de la iglesia y la agitación política que a tantos encumbró o llevó a la tumba la España del siglo XIX.

“La araña negra” es una de las obras más importantes de Vicente Blasco Ibáñez. Escrita en su juventud, sorprende por la gran madurez literaria y por su realismo en la descripción del ambiente de la época. Denuncia la injusticia social y cierto comportamiento del clero que se infiltra en lo más íntimo de la vida familiar, causando daños irreparables no solo en su convivencia sino también en la sociedad.

Blasco Ibáñez, a quien algunos han pretendido incluir, no siendo así, en la Generación del 98, nació en Valencia en 1867 y murió en Menton, Francia, en 1928. Aparte de su fecundidad como escritor, amén de la calidad, fue también un activo político de tendencia republicana, primero en su tierra natal y más tarde en Madrid como diputado del Congreso entre 1898 y 1907, período en el que publica muchas de las obras de su primera época. Vicente Blasco Ibáñez 01Anticlerical y antimonárquico, ya antes había tenido que exiliarse a París acusado de injurias al poder público, donde participa en la lucha de clases, el socialismo revolucionario y el anarquismo. De ahí que a su vuelta sus primeras obras sean de alto contenido social y con un gran componente ideológico. No cabe duda que en Blasco Ibáñez su pensamiento político y la literatura fueron de la mano en esas primeras etapas: novelas sociales, duras y comprometidas. Son muchos los piensan que su obra trata, sobre todo, de su tierra valenciana, sus gentes, paisajes y costumbres, pero la realidad no es así. Es mucho más extensa, pues cultivó los géneros más diversos gracias a su magnífica prosa. Lo explica muy bien dirigiéndose a sus futuros lectores al comienzo de su novela “Los muertos mandan”:

Al lector:
En mis tiempos de agitador político, allá por el año 1902, los republicanos de Mallorca me invitaron a un mitin de propaganda de nuestras doctrinas que se celebró en la plaza de Toros de Palma. Después de esta reunión popular, los otros diputados republicanos que habían hablado en ella se volvieron a la Península. Yo, una vez pronunciado mi discurso, di por terminada mi actuación política para recorrer como simple viajero la hermosa isla que vio en la Edad Media los paseos meditativos del gran Raimundo Lulio, filósofo, hombre de acción, novelista, y que en el primer tercio del siglo XIX sirvió de escenario a los amores románticos y algo maduros de Jorge Sand y Chopin. Más que las cavernas célebres, los olivos seculares y las costas eternamente azules de Mallorca, atrajeron mi atención las honradas gentes que la pueblan y sus divisiones en castas que aún perduran, a causa sin duda del aislamiento isleño, refractario a las tendencias igualitarias de los españoles de tierra firme. Vi en la existencia de los judíos convertidos de Mallorca, de los llamados chuetas, una novela futura.

Luego, al volver a la Península, me detuve en Ibiza, sintiéndome igualmente interesado por las costumbres tradicionales de este pueblo de marinos y agricultores, en lucha incesante durante mil quinientos años con todos los piratas del Mediterráneo. Y pensé unir las vidas de las dos islas, tan distintas y al mismo tiempo tan profundamente originales, en una sola novela. Transcurrieron seis años sin que pudiese realizar mi deseo. Necesitaba volver a Mallorca e Ibiza para estudiar con más detenimiento los tipos y paisajes de mi obra, y nunca encontraba ocasión propicia para tal viaje. Al fin, en 1908, cuando preparaba mi primera excursión a América, pude escapar unas semanas de Madrid, llevando una vida errante por ambas islas. Visité la mayor parte de Mallorca, durmiendo muchas noches en pequeños pueblos donde me dieron alojamiento las familias “payesas” con una hospitalidad generosa, de bíblico desinterés. Corrí las montañas de Ibiza y navegué ante sus costas rojas y verdes en barcos viejos, valientes para el mar, que unos meses del año van a la pesca y otros son dedicados al contrabando.

Cuando regresé a Madrid, con el rostro ennegrecido por el sol y las manos endurecidas por el remo, me puse a escribir “Los muertos mandan”, y eran tan frescas y al mismo tiempo tan recias mis observaciones, que produje la novela “de un solo tirón”, sin el más leve desfallecimiento de mi memoria de novelista, en el transcurso de dos o tres meses. Esta fue la última obra del primer período de mi vida literaria. Apenas publicada me marché a dar conferencias en la República Argentina y Chile. El conferencista se convirtió sin saber como en colonizador del desierto, en jinete de la llanura patagónica. Olvidé la pluma como algo frívolo e inútil para la recia batalla con las asperezas de una tierra inculta desde el principio del planeta y con las malicias e ignorancias de los hombres.

Pasé seis años sin escribir novelas. Quise crearlas en la realidad. Fui un novelista de hechos y no de palabras. Pero las vidas vuelven siempre a sus cauces antiguos, y después de estos seis años de catalepsia literaria, en 1914, pocos meses antes de la gran guerra, reanudé en París mi trabajo de novelista “de pluma y papel”, escribiendo “Los argonautas”.

Juramento Cortes

En la mayoría de los estudios sobre la literatura española, la obra de Blasco Ibáñez está calificada como perteneciente al Naturalismo, con acusados elementos costumbristas y regionalistas en su primera etapa. Su gran variedad abarca, además de las novelas denominadas de ambiente valenciano, temas sociales, la vida americana, la Primera Guerra Mundial, el género histórico, de aventuras, libros de viajes y también novelas cortas.

En “La araña negra», nombre utilizado por Blasco Ibáñez para referirse a la Compañía de Jesús, su estilo se asemeja al folletín, algunos se lo atribuyen por su tinte melodramático, pero también a las célebres novelas de aventuras de Alejandro Dumas. Su núcleo central, la historia de una familia noble muy relacionada con los jesuitas de la España de comienzos del siglo XIX, le sirve para analizar en profundidad la conducta y funcionamiento de la Compañía. A pesar de que fue escrita en su juventud, incluso el propio escritor la repudió más tarde, sorprende por su gran madurez literaria y realismo, su denuncia de la injusticia social y un cierto comportamiento del clero que se infiltra en lo más íntimo de la vida familiar hasta llegar a causar daños irreparables.

Blasco Ibáñez ha sido un escritor de éxito que ha trascendido en el tiempo. Aún sigue siendo muy actual. Su novela “La “araña negra”, quizás porque estuvo censurada en la época franquista, es de las menos conocidas. Pero merece la pena. Su gran ritmo narrativo tiene todos los ingredientes para atraer al lector.

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