Universidad Laboral de Córdoba, Tarragona y Alcalá de Henares: ¡¡aquellos viajes en tren!!

En la década de los 60-70 no era muy frecuente viajar, tener un coche era un lujo, y los desplazamientos habituales se reducían a playas y pueblos cercanos. De ahí que un viaje largo, rumbo a lo desconocido, era visto como una aventura y con algo de preocupación. Aquellos viajes a nuestras queridas Universidades Laborales, que en mi caso fueron tres: Córdoba, Tarragona y Alcalá de Henares, estaban en esa categoría. Han quedado tan grabados en nuestra memoria que nos llenan de nostalgia al recordarlos desde la distancia.

Mi primer viaje a la Universidad Laboral de Córdoba arranca cuando, finalizado el 4º curso de bachillerato y reválida, me notifican la concesión de una beca y mi próxima incorporación, a falta solo de concretar una fecha. A partir de ahí comienza un tiempo de espera y preparativos que luego dan paso a la incertidumbre al no tener más noticias. Hasta que un día te enteras por casualidad que la colonia asturiana tiene billete y día asignado para su marcha y tú sigues sin saber nada. Es entonces cuando las dudas se acrecientan, la tensión aumenta, y se piensa en posibles soluciones, no siempre las más acertadas. Los pocos contactos habidos no aclaran nada, y a mis padres no se les ocurre “mejor” idea que enviarme en la expedición programada pero…. sin billete. Después de comentarlo con algunos familiares de mis futuros compañeros de viaje, deciden que lo haga con todo el grupo y ….. ¡¡ya se solucionaría sobre la marcha cualquier complicación que surgiese¡¡.

Así que el día señalado nos presentamos en la estación de RENFE en Oviedo, con mi maleta y las ideas poco claras pero con la decisión tomada: viajaría a Córdoba sin billete. Ahí comienza la aventura de mi primer viaje, y como tal lo tengo recogido en una pequeña agenda de aquellos días que sigo guardando como «oro en paño».

Era domingo, diez y media de la noche, cuando salimos en el tren expreso con destino Madrid. Viajo con otros siete compañeros. Habíamos acordado que, al no llevar billete, en cuanto se avistase algún revisor me subiría al hueco donde se colocan las maletas hasta que pasase el “peligro”. La primera vez lo logramos, pero no las dos siguientes. Menos mal que nuestro jefe de expedición, Elviro Suárez, un alumno veterano, les mostró el billete colectivo, explicó que en mi caso no había recibido la contraseña (sic), y pudimos seguir sin más sobresaltos.

Al comienzo del viaje tuvimos un gran lío de maletas, nos equivocamos de departamento y no hubo más remedio que cambiar hasta de vagón. Entre continuas idas y venidas, por unos pasillos que parecían interminables, el trajín de bultos de un lado para otro, tropezones incluidos, era nuestro único objetivo. Pero pronto todo se arregló, se impuso la normalidad, y, con las cosas ya en su sitio, enseguida las partidas de cartas ocuparon la máxima atención. Durante buena parte de la noche, el tute, el chinchón y las siete y media, aderezados de bocadillos y buen vino, destacaron sobre el resto. Ese día, finalizo mis notas con una frase antológica: noche templada.

El día siguiente, es decir la madrugada, lo inicio con otra frase también para la historia: ¡¡Seguimos en tren¡¡. Agotados de todas las peripecias habidas y por haber, a las cuatro de la mañana intentamos dormir, sin mucho éxito. Duró muy poco, unos tirados por el suelo, otros protestando, los pies de más de uno al lado de la cabeza del otro (sic), hasta que no hubo más remedio que encender las luces para «ordenar» un poco la situación. Con todos despiertos, algunos aún con ganas de jarana arrancan sin más otra vez a cantar, sube el ambiente, aparece el Dúo Dinámico, sigue la música de los 60 y allí se arma la marimorena. Menos mal que, ya muy cansados, a las seis de la madrugada dormíamos de nuevo, esta vez profundamente. Pero ¡¡nuestro gozo en un pozo¡¡, de pronto, alguien intenta subirse al hueco de las maletas para estar más a sus anchas, rompe una bombilla y nos despierta otra vez a todos. Derrengados, sin apenas haber dormido, llegamos ¡¡por fin¡¡ a la estación del Norte a las diez de la mañana.

Ya en Madrid, como el tren especial con destino a la Laboral de Córdoba no salía hasta por la noche, lo primero que hicimos fue ir a la estación de Atocha a dejar las maletas; de esa forma teníamos total libertad para andar luego a nuestras anchas. Con todo un día por delante, hubo tiempo para todo: muchos paseos, viajes en Metro, pocas visitas culturales, los bares no faltaron, e incluso para ir al cine, lugar de descanso «óptimo» después de una noche de desenfreno. Siempre recordaré una de las películas que vimos: “Agárrame ese vampiro”, de la otra, porque era un programa doble, no me acuerdo, no se si nos marchamos o nos dormimos, cualquiera de las dos cosas pudo suceder.

Sin más, y después de un día bastante entretenido, a las once de la noche partimos de nuevo en tren rumbo al futuro que nos estaba esperando. Ya en el tren, me encontré con el P. Roces, de mi mismo pueblo, director del colegio Gran Capitán, quién sabedor de mis andanzas estaba advertido de las circunstancias de mi viaje. Charlamos un rato, me encajó en un departamento, y se fue a seguir coordinando toda la expedición, no sin antes recordarme que a la mañana siguiente nos veríamos en su Colegio para solucionar mi caso. La noche fue mucho más tranquila que la anterior, tanto que destaco otra frase «gloriosa», y la única que tengo anotada: “esta vez si que dormimos bien”. Llegamos a Córdoba a las siete de la mañana y, sin esperar a los autobuses de la Universidad, cogimos un taxi entre varios que al poco tiempo nos dejó en medio de un recinto de edificios espléndidos, unidos por largos pasillos de grandes ventanales, y con unas instalaciones a su alrededor espectaculares: la Uni.

Estación de Córdoba en los años 70

Así fue mi bautismo de fuego, mi primer viaje, el que más suele marcar y el que más se recuerda. El resto de viajes fueron muy parecidos, siempre entretenidos, de gran compañerismo, con anécdotas muy sabrosas que contaré en otro momento. Por cierto que más tarde me llegó la notificación con el billete para una expedición posterior, pero yo ya estaba en Córdoba después de toda una aventura anterior. ¡¡Había llegado, por fin, a mi destino¡¡

Sí Córdoba estaba lejos, Tarragona, mi segunda etapa “laboral”, no le andaba a la zaga, aunque con una ventaja: éramos “mayores” y la experiencia es un grado. Un viaje que era poco menos que interminable, lo teníamos que hacer casi todo de una «tirada». Al menos para ir a Córdoba había una parada intermedia en Madrid.

En el retorno a Asturias se salía por la tarde de Tarragona, con una primera parada en Lérida para esperar al tren de la noche. Un tren conocido con un nombre muy popular: “El Shangai Express”, ¡¡casi nada¡¡, el tren expreso entre Barcelona y Galicia, el más largo de España, ¡¡más de treinta horas para más de 1300 Km.¡¡. Allí había tiempo para todo; pasábamos la noche, y todo el día siguiente, enfrascados en cualquier cosa imaginable: juegos de cartas, cánticos y bebidas «espirituosas», bromas y chascarrillos, paseos para estirar las piernas, bajadas y subidas en las estaciones, con tiempo para visitar las cantinas, y siempre atentos al arranque del tren, aunque ¡¡alguno lo tuviera que coger más de una vez en marcha¡¡. Y al final, después de tan gran y continuo traqueteo, idas y venidas, aparecían Venta de Baños o León, donde nos apeábamos a esperar el tren de madrugada que, procedente de Madrid, nos dejaría en Oviedo, final del gran viaje. No voy a contar mucho más, tiempo habrá, pero si una anécdota que denota que ya habíamos «crecido». En una de las paradas que hicimos en León, como el tren expreso no pasaba hasta la mañana siguiente, habían reservado habitaciones en una pensión cercana a la Estación para descansar unas horas. Al poco de entrar, y mientras resolvíamos los trámites, lo primero que nos hacen es una pregunta aclaratoria: la habitación ¿con almohada o sin almohada? Sorprendidos, las posibles respuestas las dejamos a la imaginación de cada cual.

Los viajes a Alcalá de Henares eran distintos: la tranquilidad y la normalidad siempre fueron la nota predominante.

Grupo de estudiantes con la Iglesia de la Universidad Laboral de Córdoba al fondo

No quiero finalizar sin un recuerdo para mis compañeros de viajes a Córdoba, especialmente Martín Calleja, Pergentino Lafuente, Luis Fuente, Francisco González, Antonio Megido (+) y Javier Rodríguez, con los que volví a coincidir en Tarragona. También Elviro Suárez, jefe de expedición de mi primer viaje, único e irrepetible, que nunca se olvida, Esteban Falcón, quien me acompañó en mi primer día de estancia en la Uni, Teodomiro Martínez, Juan José Fernández “El Negro”, gran jugador de futbol, Efrén, Cejudo, Cobas, Zapico, del Rey, Manolo García González, y algún otro, con los que apenas coincidía en los Colegios, muy alejados en la convivencia diaria que no en la distancia, pero con los que siempre me volvía a juntar en esa gran aventura que siempre fueron los viajes. Para todos ellos un gran recuerdo desde la distancia de una época inolvidable.

2 Responses to Universidad Laboral de Córdoba, Tarragona y Alcalá de Henares: ¡¡aquellos viajes en tren!!

  1. Me viene a la memoria, ya que has puesto su nombre, que en Tarragona y en las listas de Giros que dejaba Correos en los colegios algun gracioso agregaba: «Pergentino y Alcántara» en muchas de éllas. Muchas especulaciones oí sobre el asunto quedándome con que éstos individuos sebleaban a todo quisque y debían dinero a bastantes compañeros, de ahí la broma. (entonces, «si non é vero é ven trovato»)

    • eltrasterodepalacio dice:

      La verdad es que no recuerdo nada de ese chascarrillo o es como tu dices: “si non é vero é ven trovato”.
      Por email te envío contestación más amplia.

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